jueves, 25 de febrero de 2010

Pánico escénico

Pañuelos sucios de los almuerzos en solitario, las brisas atrapadas por las ventanas agrietadas.
Se esconde en mi mochila, como si los espejos fueran cojines, como si las hojas fueran sábanas y los bolsillos la desnudez de un cuerpo femenino. Si no estuvieran ahí qué sería de mí. De mí.

Las peinetas sin dientes, los cepillos de dientes ennegrecidos, no hay nada que esconder dentro de mi piel cuando la ducha me cobija con la espuma blanca que me guiña un ojo por las noches de domingos. Tampoco es importante lo que coma, nadie ha amado nunca mi cuerpo imperfecto.

Si tus huellas las hubieras dejado en mí y no dentro de mí, quizás las habría borrado de mí.
Como vi en las calles el color transparente de los niños jugando y los autos corriendo, divise la posible quemadura que el sol nos habría echo a ambos, de haber gastado esas tardes juntos sobre la tierra, en al parque de la población.

Si mentir hubiera podido yo, y tu crédulo hubieras sido. Tus manos y mis manos no se habrían rosado, ni acariciado el cuerpo del otro como un postre helado cubierto con dulce de manjar.
El cual se derritió y ensució mi hogar opaco con un perfume a azúcar. Me enferma el azúcar.
Y todos los escritores que leímos juntos se esfumaron con los cigarrillos que fumé viendo mi telenovela de la tarde.

Estoy imaginando flores, rojas, azules, verdes, amarillas, moradas, naranjas, negras y blancas.
Todas en un ramo el cual nunca me entregaste. El agua disuelta en mi boca excitada, pasivamente recordando la primera vez en la que yo pude sentirme como si de veras fuera una mujer, tal cual. Todos se fueron y he quedado yo en el escenario esperando que le encargado de limpiar el recinto me comunique que me valla. Entonces seguro que todo será mejor.

Afuera de este lugar de luces cegadoras y ecos de mis pisadas ensordecedores. Son las diez y media de la noche en mi reloj oxidado.

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